A veces, es mejor quedarse callado...
Solía pensar que todos tenemos nuestro momento para dejar este mundo. Para juntar a nuestros seres queridos y decirles que, aunque los echaremos de menos, no deben estar tristes. Uno de esos momentos en los que asumes que tu fin está próximo y que no hay nada que puedas hacer para evitarlo.
Sentada en la sala de espera de la Unidad de cardiología veía a la gente pasar. Gente de muchas edades diferentes. ¿Estarían en la misma situación que yo? Eso no lo podía saber, ni siquiera observando sus rostros, pues el dolor nos transforma, y más aún el dolor ajeno. Nos da una lección de humanidad. Hay quien lo llama empatía. Yo solía llamarlo esencia. Incluso cuando crees que tu mundo se va a desvanecer, ocurre algo que evita que te eches a atrás. Casi como una reacción involuntaria de la vida que nos impide ser cobardes. A veces, es mejor quedarse callado, aun cuando reclamas a gritos que te escuchen.
Pero no podía sospechar cuán traicionero era el destino. Éste te atrapa, te absorbe, te obliga a querer conocerlo para luego soltarte ahí, como un trapo viejo sin valor alguno. Como algo insignificante. Aunque tu alma esté rota en mil pedazos, aunque no quede ni un ápice de esperanza.
Así me sentía yo. Como un trapo viejo que ya nadie necesitaba. Y fue entonces, en aquella sala, cuando me di cuenta de que había llegado el momento de volar. De ser, al fin, de una vez por todas, un alma libre.
[Micro-relatos y algo más]
Escrito por Sara López.
Att: SMB
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