Seré algo más fuerte...



Aquella mañana estaba decidida: iba a comprometerme con el que, supuestamente, consideraba el "hombre de mis sueños". Lo cierto es que estuve dándole vueltas porque, a pesar de todas las cosas que habíamos pasado juntos, tenía dudas.

Cuando Ernesto y yo nos conocimos ambos estábamos solos, y el simple hecho de tener a otra persona en la misma situación nos condujo por el mismo camino. Pero cuando consigues lo que quieres, con el tiempo terminas por restarle importancia y dársela a otras cosas que, en principio, no considerabas que lo fueran. Y eso le pasó con Marta. Empezó a darle mucha importancia. Tanta que incluso me resultaba vomitiva. Pero pensé que sólo era algo para despejarse de tanto trabajo. Tanto trabajo. ¿Qué trabajo? 

Los primeros meses fueron increíbles. Estábamos tan enamorados. Y éramos tan felices. Por fin nos sentíamos unidos. Por fin podíamos decir que no estábamos solos. Disfruté muchísimo de esos momentos. Nos llamábamos bastante y pasábamos mucho tiempo juntos. Nos encantaba la presencia del otro. Y así estuvimos casi medio año. Nos encantaba. Lo aseguro. Lo repetíamos continuamente. Ahora no sé si lo hacíamos para autoconvencernos de que así era. Nunca lo sabremos. Pero eso no fue suficiente. Y nos dimos cuenta enseguida. A pesar de lo bien que estábamos, era inevitable sentirnos agobiados. Comenzamos a trabajar más para tener una excusa. Una excusa para vernos menos. Una excusa para llegar más tarde. Aún así jamás se me pasó por la cabeza el serle infiel.

Un día fuimos a comer con la familia de él. En general nos llevábamos bien, pero sus padres querían que hiciésemos una vida juntos. Y aunque eso era lo que, en un principio, pensamos, luego comprendimos que no funcionaría, pues sin apenas darnos cuenta nos habíamos dedicado a vivir solos, a distanciarnos, y era muy difícil soportarnos más de diez minutos los dos en la misma habitación. Pero con su hermano encajé. No sé cómo, pero teníamos una conexión increíble. Era una conexión mágica. Y me gustaba. Me gustaba porque era todo lo contrario a Ernesto. O, al menos,  lo contrario a lo que conocí.

Recuerdo la primera vez que quedamos, nuestra primera cita. Ernesto se había tirado todo el día trabajando y apenas había dormido. Llevaba la ropa arrugada y el pelo algo despeinado. Yo había dedicado toda mi mañana a limpiar mi piso. El cansancio acumulado era inevitable. Pero allí estábamos: sentados como pudimos e intentando pasar la velada más maravillosa; y creo que lo fue. No diría que fue amor a primera vista, pero sí sé que tras esa noche lo miré de una forma diferente, pues había conseguido sorprenderme gratamente. Y las citas posteriores fueron prácticamente igual de maravillosas. Habíamos conectado. Cada uno éramos la mitad de un todo, de un todo que nos complementaba en todos los sentidos. Por eso empezamos a salir en serio. Por eso queríamos hacer una vida juntos. Porque nuestros destinos se habían encontrado en algún punto.

Pero el tiempo pone a cada uno en su sitio. Pasaron los meses y nos fuimos alejando sin darnos apenas cuenta. Él trabajaba mucho y yo estaba inmersa en un nuevo relato. Pasábamos todo el día separados, y lo más triste es que, con los meses, comprendimos que era lo mejor. Comprendimos que era lo que necesitábamos, que aunque hubiésemos querido estar juntos no habríamos podido. Y la distancia se hizo tan evidente que nuestra relación perdió la magia. Él comenzó a pasar más tiempo con Marta, una compañera de trabajo. Y yo empecé una amistad con Juan, su hermano. A pesar de todo lo que en su día nos habíamos confesado, creo que ahora perdía sentido puesto que parecía ensayado para que, de alguna forma, todo encajase, como un rompecabezas.

Lo gracioso es que los dos intentamos que funcionara, que todo volviese a ser como en un principio habíamos planeado. Por eso un día que salía de la oficina se presentó en mi despacho y me pidió matrimonio. Y me quedé completamente sorprendida. Estaba medio liada con su hermano, él estaba medio liado con su compañera de trabajo, y, sin embargo, se había gastado el dinero en una alianza sólo para convencerse a sí mismo de que una vida conmigo era un valor seguro. Menuda proposición. Fui una estúpida al aceptar. Supongo que un poco motivada por la emoción de pensar que alguna vez me lo iba a pedir. Así que empezamos a prepararlo todo. Había pasado tan rápido que tenía la sensación de estar soñando. Y pasaban los días y seguía soñando. Todo era un sueño. 

Pero cuando aquella mañana me desperté estaba decidida: iba a comprometerme con el que creía que era el hombre de mis sueños. Tenía dudas. Era para toda la vida. Estuve dándole vueltas. Muchas vueltas. Ernesto era especial. A pesar de todo lo que habíamos pasado, era una persona muy importante. Lo quería mucho. Pero, ¿era suficiente? Quise convencerme. Quise creer en que era lo correcto. Pero mi corazón y mi cerebro estaban en una batalla a muerte. Y al final pasó lo que tenía que pasar. Salí ahí, me planté frente a él y se lo dije. Le dije que no podía casarme con él porque estaba enamorada de su hermano. Ni siquiera sé cómo dije aquellas palabras. Sólo sé que las sentía en lo más profundo. Ambos me miraron perplejos. Le devolví el anillo y me fui. 

Dicen que el día de su boda es el más importante para una novia. Pues no se equivocaban. Aquel fue uno de mis mejores días, uno de los más importantes. Fue el día en que evité cometer uno de los más grandes errores: comprometerme con un hombre con el que sabía que nunca sería feliz del todo. Y yo quería serlo. El pasado había sido genial. Él era mi pasado. Pero no iba a dejar que fuera mi futuro. No señor, eso no.

[Perteneciente al conjunto de relatos y textos Secretos del alma]

Escrito por SaraLópez.
Att: SMB

Comentarios

Entradas populares de este blog

Púrpura

Acuarela

Efímero